La angustia del abismo metafísico y los amigos imaginarios
Me gustaría hacerte un resumen de dos frases para desarrollar este enigmático título, pero no me veo capaz. ¿Te sentirás capaz tu de leer este desvarío que tengo en mente?
Imagen: Ramón Miranda
¿A qué viene este título quizás pretencioso, inquietante sin duda y enrevesado en concepto? Hace tiempo tenía la idea del artículo y surgió un día el título, veamos si soy capaz de explicarme y desarrollar este galimatías.
Atención, mencionaré la ansiedad, muerte y otros temas similares, si no crees que te vaya a interesar simplemente no leas esto.
Sin que venga provocado por algún trastorno mental, los seres humanos sufrimos en algún momento de nuestra existencia angustia, ansiedad o ataques de pánico. Puede que nunca hayas experimentado ninguno (mi enhorabuena) y puede que sí. Puedes que hayas sufrido alguno de mayor o menor intensidad. Una experiencia agotadora mental y físicamente y para nada deseable.
Si como digo no es fruto de ningún desajuste mental grave, esos sentimientos descritos se agravan por que creemos y tenemos la certeza en nuestra cabeza que vamos a morir en ese momento y todo nuestro cuerpo parece padecer las consecuencias de nuestra muerte inminente.
Es algo más que el miedo. Miedo sentimos todos los seres vivos, ese miedo nos proteje, activa mecanismos de defensa y provoca reacciones.
El miedo está un escalón por debajo de esa angustia y ansiedad. De lo que hablo es de miedos internos que nos llevan al límite en situaciones a priori no peligrosas. Nos ahogamos, nos falta el aliento, nuestro cuerpo se altera en la cama, en mitad de la noche, en un autobús o el metro. No hay una escena de peligro, todo ha surgido en nuestra cabeza.
No sé si los animales al ver a un congénere o una víctima muerta saben que es un estado irreversible y un estado que les llegará a ellos mismos algún día. Pero el ser humano sí sabe eso. Quizás ese miedo interno que sentimos tiene que ver con la consciencia de la propia muerte, porque realmente tenemos síntomas y certeza de que vamos a morir, aunque no sea así ene se momento.
Esa es la mirada al abismo metafísico del que hablo en el título. No nos hemos asomado al precipicio, no nos hace falta ponernos en el borde mismo y mirar al vacío negro que se extiende debajo de nuestros pies parados sobre un suelo frágil.
Sabemos que ese abismo está ahí, sabemos que ha sido así en todas las generaciones y sabemos que será así. Tenemos consciencia de la muerte propia que nos llegará un día a nosotros mismos.
Supongo que nuestro cerebro tiene los mecanismos necesarios para que esa consciencia de ese oscuro abismo metafísico no esté presente siempre y en cada momento recorriendo los saltos sinápticos entre sus neuronas y se convierta en una carga imposible de llevar.
Pero en algún momento, esos mecanismos que apartan el abismo metafísico de nuestro día a día se relajan, y la oscuridad abisal nos llena la mente de oscuros pensamientos que hacen que todo nuestro cuerpo se altere y suframos esos accesos de angustia vital, ansiedad o ataques de pánico repentinos. La oscura promesa de esa autoprofecía que se cumplirá nos asalta y creemos que realmente ese día es el día y ese momento el último.
El abismo metafísico nos descoloca, dejando de relieve lo absurdo de todo y la falta de sentido de nuestra situación vital. Me quedo con la canción de Siniestro Total en la que se preguntaban: ¿quienes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?
Ante ese abismo anunciado y ese montón de preguntas sin respuestas, echamos mano de aquello que nos haga más llevadera la existencia. Desde miles de años y en todas las culturas la idea que más fructificó fue la creación de los amigos imaginarios que hemos dado en llamar dioses.
Esos amigos imaginarios creados hacían que todo cobrase sentido y recibían la autoría y las culpas de todo aquello que desconocíamos. ¿La muerte? Responsable dios. ¿La vida? También dios. ¿Sequía? Responsable el dios. ¿Inundaciones? el dios. ¿Un trueno? Un dios.
Con estos amigos imaginarios arrojábamos un poco de luz a ese abismo y también le dábamos una razón a nuestra existencia. Un más allá que parece que se vislumbra allí al fondo, seguro que está allí. Y esta propia consciencia de la muerte se apaciguaba un poco.
Seguíamos teniendo las mismas preguntas que cantaban Siniestro Total, pero ahora podíamos responder: dios como comodín a todo. Para paliar la oscuridad del abismo metafísico habíamos creado otra imagen también incognoscible y opaca. Esta no nos salva de las preguntas, no nos salva de a veces seguir sintiéndonos atrapados, pero dará consuelo… o esa era la idea.
Creo que ese abismo metafísico de aquello que no podemos responder fue lo que creó el primer dios de la primera civilización y a partir de ahí muchos otros dioses, todos ellos verdaderos y muchas religiones todas ellas únicas y elegidas por su propio dios. Un dios creado a imagen y semejanza de la persona que decía interceder por el.
Como ateo no me convence nada de la invención de dios para alumbrar ese vacío existencial, pero no por ello estoy más enfangado en ese abismo oscuro. Trato de entender, trato de comprender, tarea difícil, pero me niego a dejarme llevar por el vapor sinuoso de la fe y mucho menos por los embajadores y únicos garantes de esa fe entre los legos. La han retorcido y corrompido, como hace siempre con todo el ser humano.
No sé si esa autoconsciencia de la muerte es la que desencadena esa angustia al vacío que nos atenaza. Habrá que seguir buscando respuestas que no tiene visos de resolverse pronto. Desde los presocráticos, hasta las filosofías más recientes, desde aquellos dioses de las primeras culturas, hasta las más recientes teorías new-wave-postmilenaritas han fallado en sus búsquedas.
Solo nos queda aventurarnos y dudar, que los fanatismos en todo tiempo y lugar verdaderos no han hecho más que mandar a muchas personas al oscuro abismo para que comprueben en propias carnes si allí existen respuestas… si las hay nadie ha venido para decírnoslas ¡qué egoistas!
Va una tía buenísima a confesarse y dice: "Padre, me confieso que estoy muy potente y soy ninfómana". Se desnuda y dice "vamos ahora". El cura se va a la imagen de Jesús y dice "¿qué hago padre?". Y dice Jesús: "¡¡los clavos, quítame los clavos!!